Sergio Oliveira
Si hay algo que caracteriza la industria automotriz china, es su velocidad de crecimiento. Para entenderlo, basta mirar al que tal vez sea su ejemplo más simbólico: Geely. En 1986, esa empresa nació como fabricante de partes para refrigeradores y 32 años más tarde pagó 9 mil millones de dólares por 9.7% de la todopoderosa Mercedes-Benz. Li Shufu, su fundador, es considerado por muchos como el Henry Ford asiático, habiendo nacido en el campo y progresado espectacularmente y con una rapidez de vértigo. El detalle es que, ya sabemos, la perfección no se lleva bien con la prisa.
En 1994, Geely, que significa “afortunado” en chino, comenzó a fabricar motocicletas. Tres años más tarde ya producía automóviles. Fue el primer fabricante privado de autos en China y pese a que en 1998 ya tenía un coche listo, solo recibió la licencia para construir y venderlos en 2001. Fue el inicio de una empresa que hoy es conocida por las adquisiciones que ha hecho, desde una fábrica australiana de cajas automáticas hasta marcas como Volvo, Polestar y Lotus, sin hablar de su participación en Mercedes-Benz. También posee la mitad de Smart (Mercedes solo los diseña, Geely se encarga de la ingeniería), 17% de Aston Martin, una fábrica de motores en sociedad con Renault, las chinas Zeekr y Link & Co, así como Proton, de Malaysia. En 2023, Geely produjo 2.79 millones de vehículos. Claro, siendo china, naturalmente buena parte de estos son electrificados, más precisamente, 980 mil fueron Plug In Hybrid. Lograr todo esto en tan solo 38 años, es realmente impresionante, como lo es la industria automotriz china en general.
Pero la historia, claro, nos enseña lecciones siempre, por esto es tan importante conocerla y hacer lo posible para evitar errores que otros ya cometieron.
Algunos de esos errores pasaron muy cerca de China. En la primera década de este siglo, Toyota estaba empeñada en ser el mayor fabricante de autos del mundo. No le faltaban clientes para ello. Vendían todo lo que lograban producir y esto la llevó a construir más fábricas, a contratar nuevos ingenieros, muchos con poca o nula experiencia. Las consecuencias no tardaron.
El precio a pagar
A finales del primer decenio de este milenio, las adversidades comenzaron. Las fallas de calidad en la marca más famosa del mundo precisamente por su calidad, la obligaron en su caso más extremo, a un llamado a revisión de más de nueve millones de Camry.
Honda, otra marca reconocida por su calidad, tuvo sus problemas un poco más tarde, que la obligaron, en 2017, a una decisión del consejo para recuperar ese tema que comenzaba a dañar su imagen de manera seria, principalmente con la CR-V, que llegó a tener su venta prohibida en mercados como el chino.
Mitsubishi pasó por lo mismo con su división Fuso Trucks. Y vaya que todos los ejemplos a mencionados son de marcas japonesas, las más reconocidas por su calidad.
Hoy vemos a cosas antes impensables, como Mercedes-Benz en los últimos lugares de las encuestas de fiabilidad de Consumer Reports.
Los chinos crecieron y siguen creciendo a un ritmo asustador para su competencia e irresistible para muchos consumidores. Ponen en el mercado tecnologías innovadoras antes que nadie, principalmente electrónica. La calidad percibida, es decir, lo que nosotros podemos ver, tocar, sentir y oler, está entre las mejores del mundo, con frecuencia por arriba de japoneses y europeos. El diseño de sus modelos está, en su inmensa mayoría, en manos de diseñadores del Viejo Continente y de Estados Unidos. En Geely está el sueco Stefan Sielaff. En GWM, el británico Andrew Dyson. En GAC se encuentra el estadounidense Pontus Fontaeus. En BYD, el alemán Wolfgang Egger. En Changan está el también alemán Klaus Zyciora Bischoff. La lista sigue y sigue.
Sin embargo, el fenómeno de exportación masiva de los chinos es reciente. El sobre inventario de autos en su mercado los obligó a buscar a dónde venderlos lo más rápido posible. Esa prisa los está llevando, como siempre pasa, a cometer errores y probablemente el mayor de ellos es la post venta, con baja calidad de servicio y escasez de refacciones. Claro, generalizar es siempre peligroso, pero es un problema de la mayoría de las chinas. ¿Lo podrán resolver? Por supuesto, ya lo hicieron en países como Chile, pero en México, si no aceleran también su atención al cliente, puede que muchos tengan que tomar el barco de regreso a China, como pasó con Faw hace cerca de 20 años.
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