Sergio Oliveira
Estábamos detenidos en un semáforo, en el carril central de una calle de tres carriles. Mi madre al volante y yo, pese a la imprudencia que esto representaba (eran los años 70, casi nadie tomaba la seguridad en cuenta), sentado a su lado, como copiloto. Antes de que la luz se pusiera en verde dijo: “No voy a arrancar ahora, porque el que está a nuestra derecha tiene toda la intención de acelerar más rápido y dar la vuelta a la izquierda, cruzando al auto adelante del nuestro”. Para mi estupefacción, así fue. Y desde entonces aprendí que manejar no se trata solo de mantener el auto en la trayectoria que deseamos mantener, también hay que cuidarnos de los demás, incluso “adivinar” qué quieren hacer.
No, mi mamá no era una aficionada a los autos como mi padre, pero sí le gustaban. Con la partida de mi papá, heredó su DKW que mantuvo por unos pocos años hasta que compró su primer auto nuevo: un Vocho 1972. Luego lo renovó por otro, más equipado, en 1974. Ante mi insistencia, sin embargo, en 1977 compró su primer Fiat, cuando la marca solo tenía un año de haber entrado al país. Ella lo hizo y de ahí hasta que dejó de conducir, ya con más de 82 años de edad, fue una cliente frecuente de la marca italiana. Primero con los 147, luego con los Palio, que cambiaba a cada tres años porque, “coche, el mejor es el nuevo”, decía. Además, sus autos siempre fueron con caja manual, como Dios manda.
Desde niño, ella me contaba el cuento de un Aero Willys que un señor habría comprado nuevo y, al sacar de la agencia, pasó por un charco de lodo que lo había dejado “pintado” de ese color. Para su sorpresa, todos elogiaban lo bonito que era su auto, pero resaltaban que “solo era bonito por ese color de lodo”. Me encantaba tanto la historia que con frecuencia le pedía que me la contara de nuevo antes de dormir para solo así, soñando con un día manejar un Aero Willys, conciliar el sueño.
Herencias
Si con mi padre aprendí que los Mercedes-Benz eran los mejores autos del mundo -y lo eran, en su época- , con mi madre aprendí que los Fiat eran guerreros, cómodos y prácticos. Ella no estaba sola. El crecimiento del gusto por los autos de la marca italiana fue tan grande en Brasil, que en poco más de dos décadas rebasó a los tradicionales gigantes como Volkswagen, Ford y Chevrolet. Fiat en suelo brasileño se volvió sinónimo de autos durables, buen servicio y buena reventa, con un precio que la clase media podía pagar. Desde entonces, fueron muy pocos los años en los que Fiat no terminó como primer lugar en ventas. El año pasado, por ejemplo, cerró con 21.8% de participación de mercado, con una buena distancia para Volkswagen, que tuvo 15.85% y Chevrolet, con 15.05%. El modelo más vendido en Brasil el año pasado, la Strada, es una vieja conocida de los mexicanos que la compran como Ram 700. Más de 120 mil brasileños pusieron una Strada en sus cocheras o en sus empresas.
Un día, de vacaciones en Guadalajara, la llevé a pasear, junto con mi hermana mayor, Silvana, -esa sí, una absoluta enamorada de los autos- en el BMW 325 que tenía en aquel momento. Ella decía que se sentía muy orgullosa de que su hijo tuviera un auto como aquél en su cochera, pero confesaba que prefería su Palio, que hoy está en manos de mi sobrino Rodrigo.
De ella heredé también el gusto por escribir. Le gustaba la poesía y llegó a publicar libros con poemas propios, todos con gran contenido emocional. Me consiguió mi primer trabajo. Me recordó la importancia de terminar mis estudios universitarios, incluso cuando yo ya no tenía ganas de hacerlo. Esas cosas que solo una madre es capaz de hacer por sus hijos.
Es cierto que los últimos 34 años de mi vida los pasé físicamente lejos de ella. Pero uno sabe que está ahí, siente la presencia aún estando distante. Hace cuatro días mi madre nos dejó y esa noche no sabía si podría conciliar el sueño en la noche. Sin embargo, hice un ejercicio mental, me concentré y vi que aún podía escuchar su voz contándome la historia del Aero Willys color lodo. Luego logré dormir como el niño que, para ella, siempre fui.
6 Comentarios
Gracias por tu trabajo, te sigo desde hace muchos años, incluso no fue por lo autos, te veía en Megacable comentar partidos de Brasil con tu playera verde-ámarela y criticaba fuertemente al canal por tener un extranjero en vez de un mexicano narrando los partidos y sobre todo porque no te entendía el español claramente, ( Que pensamiento tan cerrado) Después con lo entuciasta de los autos te vi comentando autos, cuando iniciaba Tixuz, de hecho gracias a ti fue que abrí mi cuenta de twuiter* para seguirte. Irónicamente un día tal vez hice un comentario que no te agrado, a ti o tu manager! Y pum me bloqueaste, Aun así veo tus reseñas y me gusta tu trabajo como periodista del mundo automotriz, espero y tengamos Sergio para rato por muchos años más Abrazos..
Pocos reporteros como tú han logrado romantizar tan adecuadamente la relación que muchos seremos humanos tenemos con los vehículos.
Y es que hemos pasado tanto junto a ellos que pareciera que nosotros les debemos más que lo que en su vida útil nos pueden ofrecer.
Mi más sentido pésame y ojalá tu mamá, desde el cielo pueda manejar su Fiat líbremente y por siempre.
Un abrazo!
Lamento mucho tu perdida Mazter.
Hermosa historia, no solo son coches, son lo que nos hacen recordar.
Bonita anécdota.
Creo que ya son siete años siguiéndote.
Va un saludo.
Gracias Sergio, por compartirnos tus recuerdos, las lecciones aprendidas a lo largo de tu vida y lo más valioso, la experiencia aprendida de tus Padres. Ellos deben de estar muy orgullosos y felices de tus éxitos.
Que sigas siendo un mejor ser humano y nos sigas ilustrando con tus conocimientos.
Un abrazo afectuoso.
Mi más sentido pésame, maestro. Reciba un fuerte abrazo. No se muere quien se va, solo se muere quien se olvida.